Tu otra sombra T03xP043

16/10/2015

El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:


* Relato del terror: "La casa", escrito por José Manuel Durán.
* Noticias de la Red y cosas curiosas del misterio.
* Cuaderno de Investigación: Algunos sucesos y casos extraños contados por vosotros.
* CodeX más allá del misterio: Este grupo de buscadores de respuestas viajan hasta la denominada Cueva Sagrada del Arcángel Miguel
* Cuando miro a las estrellas... Mi reflexión sobre:  "Rodeado de extrañezas"



Podéis descargarlo en Ivoox o escucharlo aquí, en la Sección Tu otra sombra


Rodeado de extrañezas


Desde luego que la mente humana es desconocida. Podemos pensar y llegar a conclusiones científicas sobre su funcionamiento químico o eléctrico. Que la información se guarde en una determinada zona dependiendo de su cercanía en el tiempo, la importancia o si va implícita alguna emoción o sentimiento. Pero lo que no cabe duda es que en el interior de ese complejo sistema aún desconocemos mucho. Dicen que el amor te vuelve tonto, porque dejas de pensar en muchos comportamientos para hacer cosas que nunca antes habías hecho. Dicen que el miedo es capaz de producirte una fuerza que sale de no se sabe dónde, pero que puedes llevar tu cuerpo a puntos extremos en una carrera o saltando algún muro de un apartado cementerio.

Lo que no me cabe la menor duda es esa conexión que existe entre algunas personas y el misterio. Si preguntamos a la mayoría de investigadores serios, os aseguro que de una u otra forma han tenido un encuentro cercano con un algo que en su día no supieron dar explicación. Bien a través de un conocido, un familiar o en su propia vida, hay una conexión que retumba dentro de su cabeza. Sin saber cómo ni por qué, algunos toman el camino de la búsqueda, de explicaciones a aquello que aparentemente no lo tiene. Otros, por el contrario, bloquean su mente para no aceptar la posibilidad de que exista algo más allá de nuestra comprensión.

Hay que tener cuidado con estos planteamientos si se quiere sacar algo en claro, porque ante todo hay que buscar la explicación más lógica y evidente, descartando aquello que resulte subjetivo y carente de posibilidades. Un ejemplo muy típico sería también el de la creencia en un dios que nos creó o no. Para algunos puede resultar evidente que no existe nada más allá de nosotros, y que un dios no es más que una creación mental, una necesidad que tiene el ser humano en creer en algo divino y superior. Otros se aferran a la realidad de un dios que es innegable dejar de creer. Vemos sus manifestaciones en nosotros, en el mundo, en las estrellas. Y como siempre, lo más preocupante es irse a los extremos. No estoy de acuerdo con los negacionistas porque sí, ni tampoco estoy de acuerdo con aquellos que por una llamada fe son capaces de tragarse todo porque sí. Creo que el ser humano tiene la capacidad de buscar más allá de dogmas, de imposiciones culturales y de creencias.

Buscar significa descubrir nuevos horizontes, ver y sentir cosas que antes no habíamos experimentado. Y con ello, tener la capacidad y la humildad de cambiar de opinión si es necesario, y admitir otra posibilidad. Somos personas y no etiquetas ni cargos representativos de ideas. Fluctuamos en un Universo que está en constante movimiento, y nosotros deberíamos nadar en esa vida llena de experiencias para descubrir que tal vez Dios no exista, o descubrir que Dios existe, o descubrir que somos nosotros con nuestra percepción de las cosas quienes tomamos o dejamos de creer en ciertas cosas.
Nadie está en posesión de la verdad absoluta, y como todo viene siendo relativo, la equidad de mantener nuestra mente abierta puede darnos la oportunidad de conocer y aprender algo nuevo. No debemos negar por nuestras ideas ni las de otros. Tampoco debemos afirmar por nuestras ideas preconcebidas. Hay que pararse a pensar, a sentir, a expresar y vivir. Y tal vez nos demos cuenta de que no somos tan distintos, y que sólo es el miedo a algo lo que nos hace agarrar con fuerza ese algo superior que nos da la sensación de protección. Y la da, por supuesto que sí, pero también puede ser un mecanismo de defensa para sentirnos menos vulnerables. Sea como sea, el miedo nos limita mucho. Hay que caminar aprendiendo, y siendo prudente. Pero sin miedo. Porque el miedo no deja de ser la ausencia de una explicación lógica ante un acontecimiento o experiencia. Y luego nos acomodamos y nos limitamos a creer, a asentar nuestras creencias, y dejamos a un lado la posible existencia de otras realidades. Y es ahí cuando vemos que nos diferenciamos unos de otros, y que somos capaces de luchar por nuestra convicción aún sabiendo muy en el fondo que tal vez no seamos portadores de esa verdad.
Miro a las estrellas, y bajo la mirada a nuestro mundo, y cada día que pasa me convenzo más de que una gran red de conexiones nos pone señales a descubrir, y que estamos rodeados de extrañezas.


Una Reflexión de Fernando García



LA CASA

Daniel entra en mitad de la noche. La oscuridad lo abraza con la frialdad que imprime el temor y enciende la linterna mientras sus compañeros esperan en el exterior. Esto es una locura propia de unos chicos de su edad, pero cuando las apuestas se pierden, hay que pagarlas. Por eso se encuentra allí, entrando en la vieja casa abandonada donde, según algunos, los fantasmas y espíritus caminan a sus anchas cuando cae la noche, como en este preciso momento.
Tiene miedo. Escucha las risas de sus amigos que lo esperan en el jardín pero eso no suaviza la incómoda sensación que lo abriga desde el mismo instante en que ha puesto el pie dentro de este misterioso lugar. Está dentro de la casa embrujada, aquélla que dicen que está maldita. Y se encuentra sólo.
Su corazón galopa en el interior de su pecho. Puede escucharlo como un susurro de extrañas voces que le aconsejan no seguir avanzando. Daniel hace caso omiso y sigue caminando. Tiene que cruzar toda la casa, subir a la planta de arriba, asomarse por las ventanas para saludar a sus amigos y después bajar de nuevo para salir por la puerta trasera. Toda una proeza, una aventura que nadie, en toda la población, ha realizado jamás porque la entrada a este lugar es algo prohibido.
Algunos dicen que la casa está embrujada porque por las noches se escuchan ruidos extraños.
Hay quien ha visto figuras oscuras asomadas a las ventanas, mirando hacia el exterior.
Otros cuentan que aquí, dentro de esta casa, se cometieron terribles asesinatos.
Los más viejos del lugar impiden que los jóvenes se acerquen pues quien cometa semejante estupidez no podrá salir jamás, quedando atrapando en su interior para toda la eternidad.
Daniel y sus amigos conocen todas estas historias, pero no se las creen. Respetan la casa porque es grande y siniestra, porque está abandonada y rodeada de árboles altos y arrogantes, porque han escuchado los viejos cuentos desde que eran niños.
No han hecho caso de las advertencias. Daniel está dentro de la casa. Los más listos se han quedado fuera.
Daniel recorre con la luz de su linterna el interior de la casa. Barre la oscuridad y camina. No escucha nada. Huele mal. A cerrado. A humedad.
Cuando su linterna se apaga repentinamente lanza un grito a causa del susto que se ha llevado y después se ríe. Es absurdo tener miedo de los fantasmas. No existen. Todo lo que se cuenta de la casa son cuentos y leyendas de locos y supersticiosos.
La luz de la luna penetra por la ventana del salón. Le permite ver de manera parcial y sube las escaleras que conducen a la parte superior. Todo esto es una tontería, una estupidez de críos. Se asomará por la ventana y saludará a sus amigos, después bajará. Saldrá. Y no volverá más. Será un héroe.
Llega hasta arriba. Abre una de las ventanas. Inclina su cuerpo y levanta el brazo para demostrar a sus compañeros que el reto está realizado.
Están ahí. Sí. Tumbados en el suelo. Inmóviles. Varias figuras marmóreas se agachan sobre ellos y los recogen. Tiran de los cuerpos. Se dirigen hacia la casa.
Daniel mira aterrado la escena. Cree que sus amigos están muertos por las expresiones espantosas que mantienen sus rostros. Una de las figuras levanta la cabeza y lo observa a través de unos ojos cubiertos por brasas, unas brasas que quizá reflejan las profundidades del infierno.
Daniel se echa a un lado totalmente aturdido mientras escucha cómo la puerta de la casa se abre. Las figuras están entrando. Llevan los cadáveres de sus amigos como fardos de patatas podridas. Daniel gime y llora, está aterrado.
Nunca debió entrar en la casa.
Sabe que jamás saldrá de ella.
Escrito por José Manuel Durán