13/09/2015
El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:
* Relato del terror: Pareja de enamorados", escrito por José Manuel Durán.
* Noticias en la Red y cosas curiosas con enigmas.
* Una leyenda sobre el tren nazi.
* Conspiraciones en la Luna. De la mano del investigador Antonio Rodríguez González hablamos de las teorías conspirativas.
* Cuando miro a las estrellas... Mi reflexión sobre: "A ver lo que hacemos luego".
Podéis descargarlo en Ivoox o escucharlo aquí, en la Sección Tu otra sombra:
A ver lo que hacemos luego
Hoy hemos comenzado el primer programa de nuestra tercera temporada, y lo habitual sería sentirse contento y lleno de futuras planificaciones. Pero si os soy sincero, en estos meses de silencio que he dejado atrás, también se han ido la confianza, las oportunidades y alguna que otra lágrima.
He de agradecer las numerosas y complejas propuestas que me han realizado en otras emisoras para llevar o colaborar de forma asidua. Y como viene siendo habitual, mi principal hobby es dedicarme a investigar, dejando en un segundo plano el mundo de las ondas y la divulgación en general. No he querido por ello apartarme del todo, y finalmente he optado por sacar de nuevo esa publicación que con tanto esfuerzo os hago llegar gratuitamente: me refiero a las revista “Misterios 2.0. En cuanto a la radio, pues sólo os puedo decir que hoy estoy aquí, y muy posiblemente algunos programas más. El futuro, al menos en mi caso personal, es muy ambiguo, muy desconcertante, y sobre todo dependiente de unos factores ajenos que no me gustan, pero que estoy obligado a seguir de momento.
Hace un par de años comencé una búsqueda muy intensa y a conciencia de lo que se esconde muy, muy al fondo de algunos misterios. No era buscar fantasmas en casas abandonadas, ni entrevistar a testigos sobre un determinado caso. Era más bien sumergirme e implicarme personalmente en un mundo del que muchos hemos oído hablar en numerosas teorías conspirativas, pero de lo que nada se sabe, y menos aún se puede demostrar. Y a eso hemos de sumarle un cambio muy radical en mi vida, en mi trabajo, en mis relaciones personales… Todo se ha visto afectado, y he caminado numeroso kilómetros a pié, sin vehículo. Y eso me ha dado la oportunidad de fijarme en muchos detalles que habían pasado desapercibidos durante toda mi vida. El conjunto de señales y pruebas personales me han encaminado a dar un giro en mi proceder, y eso es algo que nunca he contado, y por el contrario, he hecho pensar a los observadores y a todos los de mi entorno que me encontraba en tal o cual sitio, haciendo tal o cual cosa con quien me ha interesado mostrar públicamente. Pero mi camino, mis valores, mis pensamientos y sentimientos, y sobre todo la experiencia vivida en soledad, me han proporcionado unas duras pruebas de desconfianza y decepciones que me han endurecido, y por qué no decirlo, me han cerrado considerablemente.
En este verano, ni siquiera me han visto mis amigos. He vivido a camino entre lo ordinario y lo extremadamente absurdo y extraordinario. Todo ha sido verdad, tanto lo que pensáis o creéis saber, como los eternos secretos que ahora viven en mi interior. Y llegados al punto de hoy, en esta reflexión os diré que el nombre de esta sección que da el final del programa se llama “Cuando miro a las estrellas” porque en verdad salgo con la complicidad de la noche para mirar el firmamento, y mirar más allá de esas estrellas que vemos, las que existen o no, pero forman parte de nuestra realidad. E intento unir el conjunto de mi ser que habita en algún lugar del corazón y que llevo en la sangre, con unos ideales y unos sueños que indudablemente son más reales que nuestra existencia y nuestro paso por el mundo. Y hay veces que sonrío, y hay veces que también lloro, pero siempre noto que mi alma o alguna fuerza a la que no sé ponerle nombre me hace vibrar, volar, soñar y viajar a mundos inexplorados. Y esos mundos en perfecta armonía marcan el rumbo de mi vida, mostrándome la incertidumbre y lo superfluo de nuestro día a día.
Siempre he tenido fama de ser reservado, amigo de mis amigos y otros cartelitos que sean más reales o no, dependen de los puntos de vista y los afectos. Y una peculiaridad que siempre me ha precedido es la de apartarme de las personas que me hacen daño. Pero eso -al parecer- no es suficiente. La maldad hace que algunos me utilicen, me engañen y manipulen a los pocos amigos que quedan. Quiero entenderlo, pero me cuesta comprender cómo una persona o más pueden perder el tiempo tratando de hundirme y de hacerme ver ante los demás como la imagen más negativa de ellos mismos. Pero es lo que hay de momento. Y muy a mi pesar, lo acepto con resignación, perdonando pero no olvidando. Sabiendo que en cualquier momento saltará la liebre con una nueva encerrona. A ver lo que hacemos luego…
Decía Carl Jung: “Ninguno ha de despertar su consciencia sin dolor. Las personas harán de todo, hasta llegar al límite del absurdo, para evitar enfrentar su propia alma. Ninguno se convierte en un iluminado por imaginar figuras de luz, sino que uno se torna consciente al escudriñar la oscuridad”.
Y cuánta razón creo entender es sus palabras. Y lo que más me motiva a mí es algo que escuché una vez: “El primer paso no te lleva a donde quieres ir, pero te saca de donde estás”.
Miro
la cartulina que levanta mi psicólogo. Me está tratando desde hacía
varias semanas y hoy es nuestra tercera sesión. Al parecer, tengo un desorden
mental con tendencias homicidas y esa es la razón por la que quiero hacer daño
a la gente. Estoy un poco harto de que me enseñe imágenes de manchas sin
forma definida que yo debo interpretar. Se supone que mis respuestas ayudan a
definir el problema que me ha traído hasta aquí. Tal vez hubiera sido más
fácil decir que oía voces que me empujaban a hacer cosas malas pero la verdad,
y entre nosotros, nunca he escuchado nada extraño dentro de mi cabeza. Y a mí
no me gusta mentir.
—Eduardo,
por favor, concéntrate y dime qué ves en esta imagen.
Miro
de nuevo la cartulina que el psicólogo aún mantiene levantada frente a mis
ojos. Esto es nuevo. No son números extraños ni letras semiocultas en colores,
ni las manchas con formas de animales grotescos e inexistentes que detesto.
Esto es una fotografía.
—La
luna—suspiro. Precisamente eso muestra la imagen. La luna grande y
hermosa en todo su esplendor, que domina el mundo desde su privilegiada
posición.
—¿Y
qué te sugiere?
—Poder—respondo
sin pensarlo. En el momento en que el psicólogo baja la mano para dejar la
imagen sobre la mesa me apresuro a añadir otro comentario—Pero hay más, mucho
más.
Mi
psicólogo me lanza una mirada de interés y frunce el ceño. Mira unos instantes la
fotografía y después la vuelve a colocar frente a mis ojos.
—Bien,
Eduardo, ¿Qué más ves en esa imagen?
—No
es lo que se ve en ella sino lo que oculta.
—¿Y
qué oculta?—pregunta el psicólogo sin bajar el brazo mientras con la otra mano
anota palabras en su cuaderno.
—Una
persona normal simplemente ve una hermosa fotografía. A todo el mundo le
gusta la luna llena y si nos quedamos con lo superficial vemos que la imagen es
hermosa. ¿Qué puede sugerir? ¿Amor? ¿Lealtad? Todos nos imaginamos a una pareja
de enamorados sentada en un banco, agarrados de la mano, abrazados, besándose,
siendo sinceros el uno con el otro, hablando sobre planes de futuro…
—¿Una
persona normal?¿Tú no eres normal, Eduardo?
—Yo
tengo un problema, doctor, por eso estoy aquí.
—¿Y
tú no ves a esa pareja de enamorados?
—¡Claro
que la veo!—exclamo malhumorado—Pero en mi mente están muertos.
—¿Muertos?—el
psicólogo baja la fotografía y permanece en silencio, mirándome fijamente.
—Muertos,
doctor, muertos por completo.
—¿Por
qué?
—La
luna siempre es testigo de los crímenes más atroces. Esa pareja de enamorados
se encuentra en el parque a altas horas de la madrugada y la oscuridad oculta
muchos secretos. Un depravado los asaltará. Saldrá de entre los árboles tal
cual bestia despiadada y les clavará un cuchillo. Los abrirá en canal. A los
dos.
—¿Y
si el asesino no estuviera allí con ellos?
Miro
perplejo al psicólogo y sonrío.
—No
trate de salvar a la pareja de enamorados, doctor, están muertos.
—¿Por
qué los quieres matar?
—¡Yo
no quiero hacerlo! ¡Es su destino!—me levanto furioso del diván y
permanezco de pie hasta que vuelvo a recobrar el asiento—Mire doctor,
supongamos que esa pareja no es asesinada por el desalmado que yo he
mencionado. Bien, ¿Ve la luna llena? La pareja de enamorados camina de regreso
a su casa por un sendero. De las lindes del bosque, mientras la pareja se
demuestra su amor con besos y caricias, saldrá un hombre con ganas de matarlos
y despedazará los cuerpos de los pobres desgraciados. Les reventará la
garganta, les arrancará la cabeza y la luna permanecerá ahí arriba, mirándolo
todo sin hacer absolutamente nada, como siempre.
—¿Estás
culpando a la luna de la muerte de esa pareja?
—Nadie
tiene la culpa, doctor. Las cosas suceden porque tienen que suceder. Usted me
ha dicho que hable sobre esa fotografía que me ha enseñado y es lo que estoy
haciendo. La pareja está muerta, de un modo u otro.
—¿Qué
sientes cuando ves a una pareja de enamorados caminando por la calle o sentada
en un banco?
—Los
envidio.
—¿Por
qué?
—Porque
ellos se tienen el uno al otro y yo… yo no tengo a nadie.
—Por
esa razón tienes la necesidad de hacerles daño, ¿verdad? Eso explica por qué en
el ejemplo de la fotografía la pareja muere.
—Usted
no entiende nada, doctor.
—¿Qué
es lo que debo entender?
—Usted
cree que el mundo es tal y como lo ve.
—¿Y
no es así?
—Se
equivoca, doctor. ¿Sabe que cuando la luna está llena como la de esa fotografía
se tiñe de sangre? ¿No se ha parado a preguntarse por qué los asesinos más salvajes
actúan en las noches de plenilunio? Es muy sencillo, doctor, porque la luna los
altera.
—¿También
te altera a ti?
—¡Por
Dios, doctor!—exclamo elevando la voz—¡Yo no soy un asesino!
—Y
sin embargo a esa pareja de enamorados de la fotografía los matas sin dudar.-el
psicólogo pronuncia estas palabras mirando la imagen.
—¿Usted
también los ve?
—¿Perdón?
—A
la pareja de enamorados, bajo la mirada de la luna llena.
—No,
yo…
—Vamos
doctor, ha señalado la fotografía y ha mencionado a la pareja.
—Pero
sólo porque tú les has dado la oportunidad de estar ahí.
—Doctor,
por favor, le voy a hacer una pregunta y espero que sea sincero conmigo o no
regresaré más a esta consulta.
El
psicólogo parece nervioso y yo trato de no quitarle ojo en ningún momento. Baja
la mirada e incómodo se agarra las manos. Me mira.
—¿Qué
pregunta quieres hacerme?
—A
esa pareja de enamorados que usted también ve en la imagen… ¿Qué les pasa?
—Mueren—responde
el psicólogo.
—¡Exacto,
doctor!—me reclino en el diván y coloco las manos por detrás de la cabeza—Usted
y yo no somos tan distintos, ¿No cree?
—Yo
he llegado a esa conclusión porque tú me has hecho ver que la pareja de
enamorados no tiene salvación. Alguien los mata. Me lo has contando tú… lo
importante es descubrir por qué para ti ellos no tienen la oportunidad
de vivir.
Me
levanto algo cansado de tanta pregunta y doy por finalizado el juego.
—Doctor,
hemos terminado por hoy.
—Aún
es pronto—dice mi psicólogo tras consultar su reloj de pulsera.
—No.
Hoy hemos terminado—repito—Hay muchas cosas que tengo que preparar para
esta noche.
—¿Qué
vas a hacer esta noche?
Me
acerco hasta el escritorio y coloco las manos sobre él. Agacho la cabeza y miro
fijamente al doctor. Esbozo una sonrisa sarcástica.
—Por
si no se ha dado cuenta, querido doctor, esta noche habrá luna llena. Téngalo
presente cuando salga a su jardín a fumarse un cigarrillo, ese cigarrillo
que su amada esposa no le deja disfrutar dentro de casa.
—¿Cómo
sabe…?
—Doctor,
doctor—coloco mi mano sobre su hombro y acerco un poco más mi cabeza a la
suya—Hoy usted y su esposa cumplen veinte años de casados, ¿No es así? Y
han preparado una cena muy romántica, con velas, música y probablemente
postre final—le guiño un ojo para que comprenda a qué me refiero exactamente.
El
psicólogo me mira asombrado y trata de levantarse pero yo le sujeto con las dos
manos y pego mi cara a la suya.
—Recuerde
doctor la sesión de hoy cuando salga a fumar al jardín y levante la
cabeza para contemplar el hermoso cuerpo de la luna llena,
brillando en el centro del cielo. Piense si no acechará algún perturbado
por las cercanías de su casa, esperando el momento de permitirse un pequeño
desliz.
—Usted…
—¡Cállese!—le
grito sacudiéndolo de un lado a otro—¡No olvide lo que les pasa a las parejas
de enamorados en las noches de plenilunio! Los dos sabemos que la
historia termina mal.
Me
aparto del doctor no sin antes quitarle las arrugas que le he dejado en su
camisa y le coloco la corbata en óptimas condiciones. Me mira con los ojos muy
abiertos. Tiembla como un flan. Noto el miedo en su rostro. Le doy la espalda y
abro la puerta del despacho. Veo a la guapa secretaria sentada frente a un
ordenador, no levanta la cabeza y continúa escribiendo. Antes de
marcharse me doy la vuelta y le dedico unas últimas palabras a mi psicólogo:
—Disfrute
de la cena, doctor, quién sabe, tal vez podamos seguir hablando
esta noche, ¿No cree?