Tu otra sombra T03xP057

22/04/2016
El programa Tu otra sombra de esta semana os trae el siguiente contenido:

* Relato de Terror: Os narro una tenebrosa historia escrita por José Manuel Durán: "Al otro lado de la pared".
* El Coaching es una técnica que ayuda a cada persona a encontrar lo mejor de sí para su desarrollo personal. En Madrid se está celebrando la ExpoCoaching, y desde allí contamos con las entrevistas realizadas a estos profesionales por nuestro corresponsal Ángel Jiménez.
* CodeX más allá del misterio: "La casa de las sogas". Nuestros amigos y buscadores de respuestas se adentran en una casa donde hay indicios de prácticas de rituales. Con sus presencia y sus grabaciones, nos hacemos una idea de lo que puede esconderse en ese lugar.
* Los estigmas son un fenómeno psicosomático que suele darse en personas religiosas. Estas marcas suelen producirse en partes del cuerpo que reflejan la crucifixión, y como tal fenómeno, suele verse desde un punto de vista cristiano. Hoy os hablo desde este punto de vista.
* Mi reflexión "Cuando miro a las estrellas...": "Hay gente pa tó".

Podéis descargarlo en Ivoox, o escuchar todos los programas en la Sección Tu otra sombra


Hay gente "pa tó"

En estas semanas atrás he estado bastante ocupado, y habréis observado que esta emisora ha tenido que poner alguna redifusión de Tu otra sombra que ya había sido emitida anteriormente.
Y es que en la vida también se dan redifusiones, o al menos a mí me lo parece. Creo que muchos de nosotros ya conocemos ese fenómeno denominado dejá vue, es decir, esa sensación de vivir una experiencia que aparentemente ya habíamos vivido antes. Un sector de la ciencia nos dice que ese fenómeno no es más que un fallo de la mente, es decir, un lapsus en el que nuestro cerebro toma por la experiencia supuestamente vivida tiempo atrás como un desfase temporal que en realidad se ha producido milisegundos antes. Pues bueno, si eso es lo que dice, pues también puede haber algún caso aislado, pero no estoy a favor de esa teoría.
Pero sin apartarme de las redifusiones de la vida, quiero contaros que sí es verdad que en la vida hay veces que ciertas circunstancias, experiencias, situaciones o como las queramos denominar, vuelven una y otra vez. Ignoro qué motivos o leyes necesita el destino para tomar semejante camino. Creo que quitando lo que podría denominarse carga kármica inevitable, todo lo demás depende de nosotros. Es decir, la vida es un constante camino donde nuestras decisiones nos llevan hacia un lado u otro. Son nuestras decisiones –equivocadas o acertadas- las que nos hacen dar otro paso. Si es el paso correcto nos encontraremos nuestras experiencias. Si es el paso equivocado, también tendremos nuestras experiencias. Hagamos lo que hagamos estamos condenados a aprender eternamente. Ese es el motivo por el cual yo he observado durante mucho tiempo el sonido del silencio. Esa máxima de ver, oír y callar no se refiere a lo puramente mundano y material, es mucho más profundo, complejo, y sencillo a la vez. Es como la verdad: clara y transparente. Nuestros actos y nuestros pensamientos son los que empañan todo cuanto tratamos de manejar.
Y os sigo contando. Las redifusiones, las repeticiones y los ciclos de estas situaciones pueden verse venir. En mi caso, cada vez lo tengo más claro, y sin ser ningún vidente ni dotado mentalmente, sí he sido capaz de observar cómo se crean las situaciones antes de que un acontecimiento se produzca. El secreto es no contarlo. Dejar que las cosas fluyan como el aire, porque el tiempo termina por poner cada cosa en su lugar.
Tampoco es fácil observar siempre. Primero porque estamos acostumbrados a manipularlo todo, lo cual nos puede traer consecuencias. Y en segundo lugar, porque algunas situaciones son creadas por gente sin escrúpulos que pase lo que pase se empeñan en hacer daño.
Este tipo de personas existen. Algunos son conscientes de sus actos y quieren continuar así. Otros creen que son mejores que otros y hacen las cosas sin darse cuenta que causan más daño que bien. Pero cualquiera les dice nada…
A estas personas hay tenerlas en especial atención, porque también podríamos englobarlas en ese grupo de los denominados vampiros psíquicos. Es decir, necesitan de la gente para engordar su ego y sus actos con el asentimiento de los que lo rodean. Eso es un problema, y grande a mi entender si no tienes más remedio que cruzarte con este tipo de personas. Pero con más o menos pericia, todo estos nos hace aprender a defendernos, y da igual lo que nos digan estas personas, porque hagamos lo que hagamos, nunca estará bien a sus ojos. Lo correcto es lo correcto, y aunque tengamos que hacer cierto sacrificio personal, hay que defender la verdad aunque nos pese, porque es lo único que nos hace libres. Sin lugar a dudas, hay gente “pa tó”

Una reflexión de Fernando García

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Al otro lado de la pared

Mi vecina es una escandalosa, especialmente cuando practica sexo con su novio. Y lo hace tan a menudo, y habitualmente de madrugada, que es rara la noche en la que no despierto a causa de sus gritos enloquecedores, frenéticos y pasionales.
Pero no son solo sus berridos de hiena, a eso podría acostumbrarme. El verdadero problema es el cabecero de la cama, que golpea la pared una y otra vez con cada empujón de su puñetero novio. La verdad es que me los imagino a los dos desnudos en plena faena encima de la cama y la escena no resulta tan desagradable. Ella está bastante bien, tiene un cuerpo bonito y él, bueno, él… sus imágenes están vetadas en mi cabeza.
Muchas veces pienso que me gustaría estar al otro lado de la pared, montado a horcajadas sobre Dolores y embistiéndola como un animal embravecido. Tengo que conformarme con tocarme; lamentablemente yo duro bastante menos que la dichosa parejita porque cuando ya he terminado los tortolitos siguen empeñados en continuar, con sus jadeos, gritos, exclamaciones y el puñetero cabecero erre que erre contra la pared.
Los fines de semana me da exactamente igual que le den al mambo una y otra vez, incluso cuando trabajo de tarde. Por mí pueden follar todo lo que sus cuerpos aguanten y por lo que llevo comprobado aguantan mucho. Los dos cabrones son tan insaciables como incansables. Sin embargo lo llevo bastante mal cuando tengo relevo de mañana, como esta semana, no puedo soportar sus estridentes jadeos, los golpes en la pared, los rugidos de gata en celo que Dolores escupe a través de su boca hambrienta de sexo. ¡Tengo que levantarme a las cuatro de la mañana, por Dios! Tal vez mucha gente no lo entienda; para mí supone una tortura.
Jamás les he dicho nada. No me he quejado. Si soy del todo sincero, me da bastante vergüenza llamar a la puerta y pedirle a mi vecina que deje de berrear como una cerda. Al menos a él rara vez lo escucho, es bastante más moderado. No. Jamás me he referido a este asunto cuando he coincidido con Dolores por las escaleras pero hoy estoy francamente sensible y llevan ahí dale que te pego casi tres horas y sus chillidos me resultan bastante más horrendos que otras veces , tanto, que estoy más cachondo de lo habitual.
La verdad es que estoy hasta los cojones. Me he puesto tapones en los oídos pero todavía oigo a la hija de puta chillar como si la estuvieran cortando en pedazos. Y la cama. Golpe tras golpe en la pared. Uno tras otro. Parecen puñetazos o los zarpazos de una bestia inmunda. Horrible. Incluso he subido el volumen de la televisión pero ni los tiros de la vieja película de vaqueros donde unos forajidos asaltan el ferrocarril cargado de oro logran mitigar el conciertazo sexual que acontece en la casa de al lado. ¡Malditas paredes! Permiten todo sonido y ya estoy cansado. Se lo están pasando jodidamente bien y eso es algo que comienza a darme rabia.
Dos horas para levantarme e ir a trabajar y no dejo de dar vueltas sobre la cama. Golpeo la almohada, hundo mi cabeza en ella y estos dos cabrones no tienen pinta de dejarlo. Que están disfrutando es algo obvio, lo sé yo y todo el vecindario pero hoy… hoy voy a joderles el sexto o séptimo polvo.
Me pongo unos vaqueros y una camiseta para estar medianamente presentable cuando alguno de los dos abra la puerta. Me imagino a Dolores completamente desnuda, o quizá envuelta en una bata sugerente e invitándome a sumarme al folleteo nocturno… aunque seguramente me abrirá el pringao de su novio con la espada desenvainada. Da igual. Para tocar los cojones estoy yo ahora.
Salgo de mi piso y dejo la puerta abierta. Ni siquiera he cogido las llaves. No voy a tardar demasiado. Llamó al timbre y los gritos en la casa de mi vecina se convierten en bramidos infernales. Nunca he escuchado a un cerdo lanzar sus alaridos en el matadero pero imagino que deben sonar muy parecidos.
Pese a mi insistencia, los gritos de Dolores no persisten y se oyen ruidos muy extraños en el piso. Deben de estar sobre una mesa, en la encimera, sobre la lavadora o en el puto suelo. De cualquier modo la tiene que estar poniendo fina aunque viendo lo que ella está disfrutando miedo me da su novio, que debe acabar el pobre como a mí me gustaría acabar alguna vez. Ya he dicho que me entusiasmaría estar al otro lado de la pared, es algo que no voy a negar.
Empiezo llamando sutilmente a la puerta. Nada. Siguen follando como conejos. Harto de todo, acabo por propinar patadas tremendas a la puerta. Sé que los cobardes de mis vecinos andan ojeando a través de sus respectivas mirillas pero ninguno de ellos tendrá el valor suficiente para abrir sus puertas y sumarse a mis protestas. ¡Amargados de mierda!
Un momento. Por fin. Dolores ha dejado de gritar. O bien ya han llegado al final (cosa que me extrañaría) o mis golpes han surtido efecto. Por si acaso sigo dando patadas. No pienso detenerme hasta que se abra la puta puerta. 
Oigo ruidos al otro lado. Pasos. Alguien se acerca a la puerta. Dejo de dar golpes. La cerradura suena. Se disponen a abrir. Esbozo una sonrisa en mi cara de pocos amigos y me preparo para recibir a cualquiera de los dos idiotas.
Prefiero que sea Dolores, la verdad. Me gustaría verla toda sudorosa, con sus enormes ojos verdes y su melena rizada de color cobrizo, oliendo a sexo. Sería casi un sueño. Sin embargo, soy consciente que probablemente abra su novio con el ceño fruncido y me estampe un puñetazo en la cara, sin mediar palabra alguna. Denuncia al canto, por supuesto.
Mi sorpresa es mayúscula.
La puerta se abre y no aparece mi vecina la ninfómana. Tampoco el imbécil de su novio. En su lugar, veo el rostro regordete y asustado de un hombre de edad avanzada que al verme abre del todo la puerta. 
No puede ser. Va vestido como… ¿un sacerdote? Ya lo creo que sí. Incluso lleva una Biblia abierta en una mano y en la otra… un enorme crucifijo.

-Dios le bendiga.

-¿Qué cojones?

Extiende su mano y me entrega el crucifijo. De nuevo se escuchan los gritos de Dolores en su habitación. Han vuelto a empezar… ¿Qué demonios pinta aquí un jodido sacerdote?

-Ayúdeme buen hombre.-me dice con un susurro de voz. 

El cura tiembla como un niño asustado. La Biblia se mueve tanto entre sus manos que parece que se va a caer en cualquier momento. Tiene el rostro plagado de arrugas, más parece una máscara monstruosa que la cara de un ser humano. Es tan viejo y está tan arrugado que parece un higo. Se da la vuelta y se dirige a la habitación. ¿Qué tipo de orgía ocurre allí dentro? A este tipo le gusta el mambo, claro.
La puerta se cierra cuando él entra. Oigo que dice algo pero su voz casi queda recluida a la nada por los alaridos exhaustos de Dolores. La muy jodida debe estar en el séptimo cielo otra vez aunque más parece que sus gritos proceden de las oscuras profundidades del infierno.
¡Qué cojones, ya que estamos yo también quiero mirar! ¿Participar? ¡¡Ya veremos!!
Cruzo el umbral y no me molesto en cerrar la puerta. Llevo el crucifijo en las manos. La imagen de Cristo tiene el rostro desfigurado y está manchado de algo oscuro. Llego hasta la puerta de la habitación. Los gritos de Dolores son tremendos, horripilantes. Se me está poniendo la piel de gallina. Escucho claramente el cabecero golpeando la pared con impetuosidad. ¡Madre mía, estos dos se merecen un monumento!
Abro la puerta y la escena que se presenta ante mis ojos me deja completamente petrificado.
-¡La madre que lo parió!
Mi vecina Dolores está en la cama. Se encuentra completamente desnuda, con las piernas abiertas de par en par. Todo su sexo se muestra ante mí, abierto, como la boca de un lobo. Sin embargo, no es esto lo que me esperaba… o al menos no así.
Tiene los tobillos atados a los pies de la cama y los brazos sobre su cabeza, sujetos al cabecero por fuertes cuerdas. Su cuerpo está magullado, con laceraciones en las rodillas y marcas de quemaduras en muslos, vientre, pecho y brazos. El puto sacerdote la ha torturado. ¡Maldito cabrón!

-No le mires a los ojos.

Tarde llegan las palabras del cura, demasiado tarde. ¿Cómo no voy a mirarla a los ojos si parece que tiene dentro de ellos dos bombillas encendidas? Toda la belleza del rostro de mi vecina es cosa del pasado. Ahora parece la cagarruta de un perro. Tiene la piel ennegrecida, sus pupilas están incandescentes, parecen brasas ardientes. Sus labios han engordado lo suficiente como para parecer demoníacos y multitud de arrugas se agitan bajo la piel de su rostro, como gusanos en la tierra. Una visión espantosa, execrable.
Berrea como una condenada y la cama se eleva varios centímetros del suelo, para golpear con fuerza la pared y caer al suelo de sopetón. Ni sexo ni folleteo ni nada parecido. ¡Esto es mucho más interesante!

-¡Enséñale el crucifijo!.-ordena el sacerdote. Lo tiene que repetir dos o tres veces porque no reacciono hasta que finalmente vuelvo a ser dueño de mis actos. Dolores, o lo que cojones sea eso ahora, trata de elevarse de la cama pero las cuerdas la mantienen sujeta. Vocifera cosas incomprensibles con una voz poderosa que debe salirle de las mismísimas extrañas. La cama se eleva. El cabecero golpea una vez más la pared. Al otro lado se encuentra mi habitación. 

Lo peor de todo es que esta situación me está poniendo cachondo, mucho más que las imágenes que había creado en mi cabeza donde la viciosa de Dolores follaba a destajo con su novio, que por cierto, yace en el suelo con el cuello partido, a la derecha de la cama.
Mi vecina, poseída o no, me resulta excitante. Por eso, ante la sorpresa del pánfilo sacerdote, un rechoncho siervo de Dios, me acerco a él y le clavo el crucifijo en el ojo. Ahora puede decir el muy cabrón que tiene al Señor en su interior.
El orondo cuerpo del cura cae junto a mis pies con media lengua fuera y la Biblia queda tendida en el suelo. No le propino una patada al puñetero libro para estamparlo contra la pared porque sería un detalle grosero por mi parte.
¡Coño!, la puerta de la calle sigue abierta y probablemente los idiotas de mis otros vecinos seguirán con sus ojos pegados a las mirillas. Es pensar en la puerta y ésta se cierra muy lentamente, como en las películas de terror.
Sonrió pero mis labios recobran pronto su compostura, la ideal para una situación de estas características. Observo el cuerpo magullado de Dolores, que ahora respira mucho más tranquila y es cuando noto que la habitación está completamente helada como lo estaría la mano inerme de la muerte; huele muy mal, a mierda básicamente.

-Hola, querida vecina.-digo para mis adentros pero mi voz suena en mitad de la habitación, mucho más profunda que de costumbre, de esas que molan y gustan en la radio.-Hace tiempo que quería tener un buen revolcón contigo.
La verdad es que hermosa, lo que se dice hermosa no está en estos momentos. Es asquerosa, repugnante, nadie en su sano juicio se atrevería a meter nada entre sus muslos, y mucho menos en su horrenda boca, pero a estas alturas ya debes comprender que yo, muy bien de la cabeza lo que se dice muy bien, no estoy. No supone ninguna sorpresa para ti, ¿verdad?
Lo que ocurre es que la muy golfa me ha puesto caliente durante meses y ya es hora de pasar un rato con Dolores, que pese a estar tomada por el Mal, continúa teniendo las tetas grandes y bonitas y parece dispuesta a dejarse arrastrar a mi propio infierno. Miro de soslayo el cuerpo muerto de su novio, que parece mirarme con los ojos abiertos y cara de estúpido y le mando a freír espárragos.
Dolores me observa con sus ojos candentes y un rostro pérfido y demoníaco. Me sorprende pero no me asusta. Es más, me atrae. 
Jadea con dificultad. Su respiración es lenta y parece que tiene problemas en expulsar el aire. Recorro su cuerpo con mi mirada y noto que a cada segundo que pasa me siento más y más excitado. Dolores saca la lengua, una lengua muy larga y delgada casi como la de una culebra y se humedece sus mugrientos labios. Mueve su cuerpo como lo haría la bailarina de un sultán y su danza se convierte en una lúgubre invitación para disfrutar, a tope, de su cuerpo.
Por ese motivo, y a pesar de que voy a ahorrarte la escena de sexo que se va a producir a continuación por resultar bastante desagradable, hago un sutil y apenas perceptible movimiento con los dedos y las cuerdas que la tienen atada comienzan a moverse bajo mi influencia; queda desatada en cuestión de segundos. 
Dolores se incorpora en la cama y me observa con inquisitiva atención. Consciente o no, parece no comprender absolutamente nada y no quiero discernir, en este momento, sobre la naturaleza de lo que sea que tiene ahí dentro y que ha tomado posesión tanto de sus actos como de su voluntad. No es importante para mí porque sencillamente me da igual.
Parpadeo y la luz se apaga, como por arte de magia, aunque en realidad es un toque diabólico del que rara vez hago gala. Me quito la ropa con rapidez y ya con el cuerpo completamente desnudo me subo a la cama y estiro los brazos para agarrar las piernas sucias y heridas de Dolores. Al tocarla la noto caliente, no tanto como yo, por cierto, y me siento dichoso por encontrarme por fin al otro lado de la pared. Esta vez seré yo quien empuje con fuerza y pasión, como un animal enloquecido y los golpes del cabecero serán a mi cuenta.
Cuando entro en el cuerpo de mi vecina, Dolores se estremece y exhala un quejido placentero. Pasa las manos por mi espalda y me araña con sus uñas podridas provocándome varias heridas de las que expulso sangre y pus y en ese momento mis ojos se vuelven mucho más incandescentes que los de Dolores, faltaría más.
Al final de todo, mis compañeros y amigos van a tener razón cuando dicen que en el fondo… algo de diablo sí que tengo.

Escrito por José Manuel Durán